El sonido de los tambores japoneses se oyen hasta la entrada del club. He ingresado una vez más por el gran portón de metal que desemboca en la avenida principal. Que sensación tan especial… mi corazón palpita cada vez más rápido, con cada paso que doy mientras los sonidos de cada golpe sobre el cuero se intensifican a medida que me voy acercando.
Es sábado por la noche y no soy la única que camina sobre la vereda que traza la ruta hacia el auditorio en donde practicamos. En la marcha se van uniendo compañeros en zapatillas y cargando una mochila . Nos saludamos y entre bromas hablamos sobre la universidad, el trabajo o a donde iremos a comer después.
Ensayamos dos veces por semana a las siete de la noche, una danza tradicional okinawense que fusiona los movimientos de artes marciales con los tambores de la exótica isla.
Recuerdo que hace varios años llegué al lugar por primera vez, invitada por un amigo quien sabía de mi afición por la música y el baile y que se le ocurrió que podría interesarme aprender algo nuevo.
Los tambores y yo (suspiro), esto fue un amor a primera vista, como si ya nos hubiéramos conocido en otra vida si ese fuera el caso, fue como si ya nos hubiéramos tocado el uno al otro. Los pasos o desplazamientos me parecieron interesantes y la intensa vibración de los tambores me hipnotizaron y me relajaron desde el primer minuto. Desde entonces son pocas las veces que he faltado a los ensayos.
A menudo me he preguntado por qué me encuentro caminando apresurada dejándolo todo para ir a bailar cada fin de semana. Quizá sea porque no tardé en descubrir el poder del taiko y su sonido ancestral , comparado por muchos con la sensación de cantar un himno con el corazón en cada danza.
El ensayo ha comenzado y ahora a mi costado bailan casi sesenta personas con tal fascinación que casi olvido de quien soy y a lo que me dedico los otros días de la semana.
En los“ensayos” como solemos llamar al hecho de reunirnos y practicar cada Miércoles y Sábados por la noche, he encontrado muchos compañeros y grandes amigos, una familia enorme. Si comenzara a hablar de cada uno de ellos nunca terminaría de hacerlo. Así que solo compartiré un poco de aquello que sentimos al subir sobre un escenario en cada show con nuestros uniformes, taikos, shimes y parankus, gritando IA- SA! SA!, sudando voz en cuello mientras bailamos.
Algunos nos atreveríamos a decir que el Eisa se ubica entre las líneas de la pasión , el amor por el arte y el deporte unido a un tibio sentimiento de numerosos humanos que al bailar, despiden esa energía que solo puede ser entendida por aquellos quienes a diario vivimos la experiencia.
Aquello rompe fronteras, límites, culturas.
De cualquier modo es todo aquello y mucho más para todos los que nos involucramos en esto.
Nuestras vidas sin querer o queriendo han sido impactadas por la filosofía RKMD tanto que al salir del lugar donde practicamos el baile , en el país donde nos encontremos , en cualquier lugar del mundo donde existe una filial de esta escuela de taiko, dejamos de danzar por un momento, pero nuestro kokoro (corazón) late más rojo que nunca.